Yo soy buena gente
Quiero dedicar este escrito a
todos los hombres y mujeres de todas las edades y que se definen como seres
humanos de buen corazón, de buena voluntad.
¿Quién que esté en su sano juicio
quiere ser malo?, ¿hacerle daño a otro ser humano?, ¿dañar las relaciones y
violentar la paz? Rápidamente respondemos “nadie”.
Y entonces ¿qué sucede que hay ocasiones en las que nos dejamos llevar por sentimientos de rabia, dolor, impotencia y reaccionamos violentamente contra los otros sin medir las consecuencias de nuestros actos?
El bien existe, el amor, la paz,
el servicio gratuito, la entrega generosa. Pero también existe el mal, la
guerra, el egoísmo, la envidia, la desconfianza, todo lo que hace daño y corroe
el corazón. Somos tan frágiles que si no nos sostenemos a una columna fuerte y
profunda, seremos arrastrados por el mal. La columna del amor, de la paz y
todas las acciones buenas que llevamos en nuestro corazón es Dios.
Un texto que puede ayudarnos a
iluminar esta reflexión lo he tomado de la exhortación apostólica Evangelii
Nuntiandii del hoy Santo Pablo VI
“10. Este reino y esta salvación
—palabras clave en la evangelización de Jesucristo— pueden ser recibidos por
todo hombre, como gracia y misericordia; pero a la vez cada uno debe
conquistarlos con la fuerza, "el reino de los cielos está en tensión y los
esforzados lo arrebatan", dice el Señor[24],
con la fatiga y el sufrimiento, con una vida conforme al Evangelio, con la
renuncia y la cruz, con el espíritu de las bienaventuranzas. Pero, ante todo,
cada uno los consigue mediante un total cambio interior, que el Evangelio
designa con el nombre de metanoia, una conversión radical, una
transformación profunda de la mente y del corazón.”
El mensaje del bien nos llega a todos, pero no
surte el mismo efecto en todos, ¿por qué? El texto nos ilumina al afirmar “cada
uno debe conquistarlos con fuerza”. Dios no obliga ni fuerza los corazones y
las acciones de los hombres y mujeres, es el primero en respetar la libertad,
no olvidemos que si en algo somos imagen y semejanza de Dios es en el ser hijos
libres.
En esa lucha interior de
incomprensiones, de acciones buenas y malas, es donde debemos ser constantes,
no rendirnos, por el contrario, cada vez que reconocemos que hemos actuado mal,
es cuando más tenemos que aferrarnos a Cristo. “Pero, ante todo, cada uno los
consigue mediante un total cambio interior, que el Evangelio designa con el
nombre de metanoia, una conversión radical, una transformación profunda
de la mente y del corazón.”
Nadie está afirmando que este
camino del bien sea fácil.
Dios reconoce las fortalezas y
debilidades de cada uno de sus hijos, no es él quien nos castiga ni nos juzga,
por el contrario, nos realza, levanta del suelo, toma entre sus brazos y llena
de besos y misericordia; Él sabe que este transitar en la tierra está lleno de
dificultades y tropiezos.
“Y cuando aún
estaba lejos, lo vio su padre, y este movido por la misericordia corrió, y se
echó sobre su cuello, y le besó.” Lc 15, 20
Jesús nos quiso dejar bien claro cuál es el papel del Padre, en el texto del “hijo pródigo” lo vemos perfectamente retratado. Todos los días se quedaba esperando el regreso del hijo, mirando desde la puerta de la casa, la cual estaba siempre abierta. Celebró una fiesta luego del regreso del hijo cuando este reconoce su error y arrepentido le pide disculpas.
No te rindas, no
te desanimes, te invito a toma fuerzas, renueva en ti el deseo de amar y
servir, pide todos los días a Dios que te dé la sabiduría para saber escoger el
camino correcto.
Este escrito está
pensado para un momento largo de oración o para un día de retiro espiritual.
Estamos juntos
en este itinerario de salvación.
Espero tus
comentarios.
Viva Jesús en
nuestros corazones… por siempre.
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