“NUESTRO
MODO DE VIVIR NO ES DURO COMO LA PIEDRA”
Pentecostés,
tiempo de renovación
Luego de tanto tiempo sin alimentar el blog “Humano, Educador y Creyente” el cual nació como una
maravillosa válvula de escape en medio de una gran crisis personal, días de
incertidumbre, temor, búsqueda, desconcierto e incluso dudas; hoy decido
retomarlo, ya que su efecto, sin yo llegar a imaginarlo, se ha convertido en un
maravilloso aporte a la reflexión, el sentir y actuar de miles de personas.
Hoy quiero
renovar mi agradecimiento a todos aquellos que me invitan a seguir escribiendo
y en especial a no rendirme en este riesgo de escribir y expresar tantas ideas. En estos
momentos es cuando recuerdo con mucho cariño a un maestro que tuve en el
colegio y que años después, la vida me permitió compartir aulas con él, me refiero
a José María Bernechea.
En el año 2000 me encontraba trabajando en el Colegio
La Salle La Colina, en la ciudad de Caracas, tenía una fuerte carga de horas de
clases y saliendo de un curso luego de dar mi clase de formación religiosa, me
topé en el receso con el profesor Bernechea quien cubría su momento de guardia
frente a la capilla del colegio, nos pusimos a conversar, yo necesitaba
desahogar un enojo e inquietud que traía, ya que ponía todo mi esfuerzo y
conocimientos para intentar tocar la vida de los estudiantes y que pudieran
motivarse a conocer los Evangelios, era muy difícil, algunos no mostraban
interés y expresaban rechazo a mis palabras y estrategias; al compartir todo
esto con el profesor Bernechea, él me dijo:
“Leo, no te
rindas, porque el demonio quiere taparnos la boca y que no se hable de estas
cosas, la principal tarea del mal, es convencernos de que él no existe, y que somos
100% libres de hacer lo que nos dé la gana, ignorando que muchas acciones son
el resultado de sus tentaciones en nuestras vidas, no te calles ni dejes de
proclamar los Evangelios.”
Esa
conversación la tuvimos hace 20 años y sus palabras quedaron grabadas en mi
corazón, no he dejado de cuestionarme, de permitirle a mis estudiantes que me
enseñen, de mirar a los ojos y de intentar tocar los corazones, no con el “libro”
llamado Biblia, sino con la vida traducida en Jesucristo.
Deseo en
este escrito compartir mensajes y reflexiones de otro de mis grandes maestros,
el hermano Carlos Bazarra OFM (Cap.), el cual fue sacerdote, pero no le
agradaba que le dijeran “Padre”, nos recordaba que somos hermanos, hijos de un
mismo Padre y que la fraternidad nos hace más cercanos, humildes, hijos,
servidores y misericordiosos, él era fiel reflejo de San Francisco de Asís.
“En la
entrada del Museo de Oro en Bogotá se puede leer un texto mitológico
colombiano: "Nuestro modo de vivir no es duro como la piedra. Es como la
vista penetrante de un cristal que traspasa. Así son nuestros hermanos y así
son nuestros hijos. La estabilidad de un horcón no perdura, pero la bondad y el
calor del sol sí perdura, porque tenemos su cristal en nuestro ser". El
horcón, me han dicho que es el tronco que se fija en el suelo y sobre el cual
se asientan las vigas de una choza indígena. Con el tiempo el horcón se pudre y
hay que cambiarlo por otro nuevo. Los indios experimentaron esta verdad
profunda: el comején acaba con el horcón, pero no puede destruir la bondad del
corazón. Coincidencia total con el mensaje evangélico: "No amontonen tesoros
en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan
y roban. Amontonen más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6, 19- 21). [página 18] (1)
Nuestro
modo de vivir no es duro como la piedra, la vida da muchos cambios, en cuestión
de minutos todo aquello que consideramos seguro y estable puede cambiar,
incluso derrumbarse, convertirse en la mayor y verdadera prueba de fuerza o
supervivencia, solamente aquel que ha atravesado el camino de la inseguridad o el
de la incertidumbre y la caída, es capaz de detenerse para mirar atrás y
replantear el futuro.
En cambio,
nuestro modo de vivir es como la vista penetrante de un cristal que traspasa.
Llegar a esta experiencia de ver más allá de lo esencial, de lo primeramente
visible es lo que nos permitirá hacer de nuestras vidas un verdadero escenario
en donde los colores y la misericordia sean quienes irradien cada paso que
damos y nos permitan prepararnos para el nuevo momento en el que toque cambiar
el horcón las veces que sea necesario.
Si
lográramos comprender que el camino a la felicidad está marcado por la
misericordia y no por la miseria.
La
misericordia es la capacidad que nos da Dios de abrir nuestros corazones ante
la miseria humana, sin juicios, sin señalamientos, abriendo los brazos como lo
hizo el padre en la parábola del Hijo Pródigo, y antes de que su hijo abriera
los labios, el padre salió corriendo, lo abrazó y llenó de besos, porque este
hijo que se había ido y lo consideraba muerto, ha vuelto a la vida.
En nuestras
sociedades necesitamos de normas, leyes, disciplina, horarios y acuerdos; eso
es correcto, de lo contrario estaríamos frente a un terrible escenario de caos
y destrucción. Lo incorrecto sería darle más valor y fuerza a la ley del sábado
que al hombre hijo de Dios.
El hermano Bazarra nos sigue diciendo:
“Las
diferentes actitudes que se toman en la vida frente a unos mismos problemas,
dependen de la disposición del corazón. Un ser insensible se encoge de hombros
ante el sufrimiento de otro. Una persona compasiva viendo sufrir a uno,
experimenta un cambio, se altera (en el sentido etimológico de la palabra), es
decir, se vuelve hacia el otro para aliviarle. La miseria le pone en movimiento
hacia la misericordia. Se pasa del egocentrismo hacía la alternancia. Esto
nunca lo da la dureza sino la sensibilidad.” [página 18] (1)
Este
artículo lo estoy escribiendo en la fiesta de Pentecostés (domingo 31, de mayo
de 2020), y antes de comenzar a escribirlo le pedía al Espíritu Santo que
pusiera en mi mente las palabras correctas y en mi corazón los mejores
sentimientos para poder llegarle a los lectores y que juntos sigamos trabajando
sin cansancio por hacer de este mundo un mejor hogar. También hemos estado
celebrando los 5 años desde que el Papa Francisco escribió la Encíclica Laudato
Sí “alabado seas”.
[2] “La
violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se
manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el
agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más
abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime
y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra
(cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del
planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.”
(2)
Esta
pandemia que vivimos a causa del COVID-19, nos ha dejado marcas para toda la vida.
El ritmo y estilo de vida que traíamos, se han visto violentamente obligados a
cambiar, ojalá que los signos visibles y evangélicos que se han hecho presentes
no los olvidemos. Hemos reconocido el verdadero valor de un abrazo, de poder
mirarnos a los ojos, de compartir el pan y rezar unos por otros con más
fuerzas; ojalá que en nuestros corazones y futuros planes, existan nuevas ideas
que sirvan para construir el hogar que deseamos tener y heredar para las
generaciones futuras.
Continúo
citando la Encíclica Laudato si:
[10] “Creo que
Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una
ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de
todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por
muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la
creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su
alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un
peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con
los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto
son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres,
el compromiso con la sociedad y la paz interior.” (2)
Hoy
nuevamente el Espíritu Santo nos invita a “cuidar lo que es débil”, y sería un
excelente ejercicio detenernos a pensar en este asunto. ¿Quién o qué, forma
parte de la lista de lo más débil? Ciertamente nuestro planeta y dentro de toda
la creación aparecen los niños, los ancianos y toda mujer y hombre que no
conoce el amor, que ha sido víctima de rechazo, desprecio, olvido o injusticia.
Como bien explica el Santo Padre en la encíclica, la naturaleza y la humanidad
son inseparables y San Francisco supo reconocerlo en el siglo XII, hoy estamos
en el siglo XXI y pareciera que no logramos comprenderlo del todo. Tarea pendiente.
El hermano
Carlos Bazarra nos enriquece la reflexión con el siguiente texto:
“Me atrevo
a afirmar que la espiritualidad cristiana no puede tener otros cauces que los
de la misericordia. Que ser cristiano y fiel al Evangelio no es más que
entregarse a vivir la misericordia en todas sus dimensiones. Las obras de
misericordia no pueden pasar de moda.
Ser humano es
tener misericordia. Por eso, podemos afirmar que Dios es verdaderamente humano,
aun antes de crear al hombre. Porque tenía esta dimensión de humanidad (rasgos
de misericordia) pudo crear al hombre y a la mujer "a su imagen y
semejanza" (Gn 1,26).” [página 5] (1)
Qué
afirmación tan fuerte la que Carlos Bazarra nos hace. Quiere decir que ser
cristiano es una condición obligante y conexa con ser misericordioso en todas
sus dimensiones. Ser misericordioso es tener la capacidad de escuchar, de mirar
a los ojos, de permitir que el otro toque tu corazón y juntos descubrir el
camino a la reconciliación, corrigiendo lo que sea necesario y celebrando el
regreso a casa.
Afirmar que
“Dios es verdaderamente humano” es reconocer que hemos sido creados desde el
amor, desde la misericordia. Antes de hablar de pecado original, sería más
fructífero hablar del amor original, aquel que nos dio la vida, que nos ha
hecho imagen y semejanza suya y no conforme con eso, decide encarnarse, ser uno
entre nosotros y dando su vida nos libera del pecado y de la muerte, su amor es
tan grande que no se aparta de nosotros, y es por medio de su Santo Espíritu
que nos sostiene y envía para hacer de este mundo un verdadero hogar, a pesar
las dificultades y las batallas constantes contra el mal.
Que estas
líneas que hoy les comparto puedan traducirse en todos los escenarios posibles,
en la relación de los padres con sus hijos, maestros y estudiantes, vecinos y
amigos, parejas, y por su puesto con toda la naturaleza.
“La
aventura es tomar en serio el tránsito de la crueldad del hombre a la
misericordia de Dios. Es la aventura cristiana de Jesús de Nazaret. Optó por la
misericordia, por el perdón, por la solidaridad con los pobres y los pecadores.”
[página 6] (1)
Feliz
fiesta de Pentecostés para todos.
ORACIÓN (Secuencia):
“Ven,
Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo.
Padre
amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce
huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los
duelos.
Entra hasta
el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la
tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de
vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus
siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al
esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.”